martes, 21 de julio de 2009

Amistad en Krakatoa

Un rasguño casi gatuno; y de las cuerdas vuelan gotas frías. Gotas frías que impactan con el calor de ese infierno oscuro para formar una nube húmeda y pegajosa.

La cámara se mueve en forma circular y damos con sus ojos. Sus ojos, que con un cálido amarillo difuso iluminan todo lo que ven. Convierten todo en primavera. Luz que en realidad proviene de los secretos en su interior, mierda profunda que se transforma en bien y trópico para los demás. Un vivo monumento a la belleza del alma.

La cámara sigue girando, flotando en el aire, intentando captar como alguien se hace a un costado, tratando evitar el faro solar. Se aísla en si misma, mueve sus pies frenéticamente, como queriendo expulsar únicamente por ellos una dosis de energía añeja que en ese momento la corroe por dentro. Su mirada fija en un vaso sin fondo y sus pensamientos totalmente pendientes de la sensación de desierto y hambre de ser en su boca.

Y nosotros en un rincón, abrigados por un calor fetal y enlazados por un amor desnudo que con su luz transparenta. Ofrendas y caricias.

Una burbuja con olor a la sal del mar y el calor de un atardecer en la arena que gentilmente nos llevó a otro lugar para hacer de ese invierno frío y lluvioso una fugaz imitación de un pasado de verde montaña.

2 comentarios:

Paloma dijo...

entonces se puede volver. nosotros, los de entonces, en un punto somos siempre los mismos. infinitamente repetidos y proyectados, apenitas, como luz de lintervincha, sobre el verde montaña.
te quiero mucho.

Jota Sch dijo...

"(...)vivo monumento a la belleza del alma(...)"

me recuerda a alguien,
o a varios (jiji)

besos