Una nariz marchita en una noche con un final anticipado.
Agua seca, casi de otro pozo, en un desierto glaciar.
Un nudo que se transforma, no se desata ni se desarma, solo se transforma.
Una pregunta que se escabulle en un vacío de otros tiempos.
Ansias precoses contra una eterna negación.
Una ceguera alimentada por el correr de una vida pasada y un desenlace triste e hipócrita para las voces de aquella primera noche de montaña en la metrópolis.
Una historia de otra época, de cuando el presente de caramelo y las canciones de radio eran el mundo.
Ojos que ya no ven, no sienten, ni creen en el paraíso como tal.
Ojos que en un gris ya no se funden.