viernes, 19 de junio de 2009

Prisma de doble entrada

Fue en una noche oscura que te reencontré. Un aire espeso y gris vagaba por el cuarto, y haciéndose el distraído buscaba colarse en nuestra cama. Por primera vez en muchos años esa rapidez, esa creatividad y ese oportunismo parecían no estar presentes, ahora todo ese lugar estaba ocupado por un vacío que te acercaba mucho mas al resto de los mortales.
Notas musicales que copulaban frente a mis ojos, que bailaban y armoniosamente machacaban con tacos de algodón cada centímetro de mi alma.
Quizás de tanto y tanto girar, en lugar de marearnos no hice más que perderte. Y debo admitir, aunque al hacerlo mi orgullo se encoja casi hasta desaparecer, que te extraño.
Con un bisturí tajeaste mi corazón para dejarme salir y contemplarlo todo desde afuera. Me habías reinventado, convertido en un niño que parecía estar experimentándolo todo por primera vez.
Entonces prendiste la luz y te fuiste, porque toda esa magia para vos no era más que el pan de todos los días.
Y volvimos a desencontrarnos, pero esta vez para siempre.