viernes, 14 de agosto de 2009

Cáncer

Me siento solo y débil en este oscuro y frío bosque de piedra.

Me siento diminuto parado frente a estos milenarios edificios de barro.

Camino por el sendero del viento, esquivando hojas marchitas cargadas de un verde resentimiento que embisten con la única intención de desgarrar el corazón.

Saltando por encima de raíces casi líquidas que tiran desde abajo, para sumergirme en la materia en descomposición y dejar nada más que mi cabeza al descubierto; condenarme a una eternidad de la más vacía contemplación.

De la punta de las ramas de árboles negros que siempre estuvieron, caen lentamente gotas de sudor frío, como arañas cautelosas que descienden por su tela en busca de una nueva víctima; y se pegan al aire, el aire que respiro y enferma.

El cielo repleto de pares de ojos y bocas, ojos con sus pupilas dilatadas y bocas que muelen sus dientes en un ritmo desesperante. Ojos y bocas que ni hablar ni mirar pueden, pero que en la escena que crean confirman aquello que todos se preguntan y que solo ellos saben con total seguridad, que nadie en ese mundo volverá a ver el sol.

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